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Justificación de la evaluación de 360º

Por Rafael Bisquerra

Los profesionales que se han preocupado por llevar a la práctica programas o actividades de educación emocional se encuentran con dificultades para obtener datos que permitan comprobar si dicha experiencia ha aportado alguna mejora. Gran parte de estas dificultades provienen de la complejidad de la educación emocional (Bisquerra, 2000) y de la evaluación de las competencias emocionales. Por otra parte hay una falta de propuestas evaluativas que respondan a los objetivos específicos que realmente se trabajan.

La evaluación de las competencias emocionales a partir del autoinforme se acepta como una forma posible de evaluación en el caso de las emociones. Para muchos es de las más verosímiles, por no decir la única (Plutchik y Kellerman, 1989). Sin embargo, es evidente la posibilidad de distorsión de la realidad que se puede producir cuando nos basamos en valoraciones subjetivas. Esto es mucho más acusado cuando se trabaja con adolescentes. Una alternativa para soslayar esta situación es que el autoinforme se complete con las opiniones de otras personas que conocen al sujeto. Por ejemplo, en la educación formal puede ser de gran utilidad la valoración del profesorado, así como las opiniones de los compañeros.

El análisis de resultados basado en las opiniones del profesorado tiene puntos fuertes y débiles. Los fuertes se refieren al hecho de que el profesorado conoce bien al alumnado y está bien informado de sus progresos. Al mismo tiempo, el profesorado puede tener el sesgo de los intereses creados respecto al éxito del programa (tanto a favor como en contra). Cuando se sospecha que esto puede ocurrir se deben tomar medidas de diferentes informantes para calibrar la fiabilidad de los datos.

En conclusión, se puede afirmar que la evaluación de las competencias emocionales y de los programas de educación emocional presenta serias dificultades. Cualquiera de los instrumentos y estrategias habituales, tanto cuantitativos como cualitativos, independientemente de la fuente de información (alumnado, profesorado, familia, amigos) son incompletos e insuficientes. El problema no es exclusivo de las competencias emocionales, sino de todo tipo de competencias. Por este motivo se están buscando alternativas a los instrumentos tradicionales para valorar las competencias con más objetividad.

A raíz de las consultas que llegan al GROP (Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica) del Departamento MIDE de la Universidad de Barcelona, hemos constatado que crece el interés por conocer técnicas de evaluación en el ámbito de la educación emocional. Por lo menos, al mismo ritmo en que se incrementa la disponibilidad de recursos y materiales didácticos para la educación emocional ad hoc para los distintos niveles educativos (López, 2003; Renom, 2003; Pascual y Cuadrado, 2001; Güell y Muñoz, 2003). La utilización de estos recursos viene acompañada de una necesaria reflexión sobre los efectos que la aplicación de diversas actividades y programas de educación emocional tienen en el desarrollo de las competencias emocionales del alumnado.

Desde la creación y su posterior utilización del Cuestionario de Educación Emocional (Álvarez et al., 2001; Martínez Olmo y Pérez Escoda, 2001) como instrumento específico de evaluación casi exclusivo en este campo, hemos ido evolucionando en el concepto mismo de evaluación para acercarnos a visiones más próximas a las que Marín y Rodríguez (2001) proponen para el diagnóstico y la orientación en contextos “postmodernos”. De esta manera se ha pasado de disponer de un único instrumento, fundamentalmente cuantitativo, a necesitar otras técnicas de carácter cualitativo. Esto ha conllevado la necesidad de comprender que es necesario tener presente que la realidad se configura a sí misma también en el momento de diseñar el modelo con qué será evaluada. Por este motivo, en este artículo presentamos una técnica de evaluación que, además de aportar información consistente para emitir juicios y tomar decisiones, también propicia la participación, la reflexión y la orientación por parte de los mismos implicados. Se trata de la evaluación estratégica de 360º.