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La revolución emocional

Por Rafael Bisquerra

El espíritu de una época a veces se denomina como Zeitgeist, que es una palabra de origen alemán, de uso en diversas lenguas, que se utiliza para expresar la tendencia intelectual o clima cultural, a veces apasionada, que caracteriza un momento dado. El Zeitgeist de mediados de los noventa era favorable a lo emocional.

Como consecuencia de la obra de Goleman (1995), la inteligencia emocional ha ocupado las páginas de los principales periódicos y revistas de todo el mundo, incluyendo la portada de la revista Time (Gibbs, 1995). Este mismo año, el término Emotional intelligence fue seleccionado como expresión más útil de 1995 por la American Dialect Society (1995). A partir de mediados de los noventa se van multiplicando las publicaciones sobre el tema, tanto en revistas especializadas, como en cursos, obras de divulgación, periódicos y revistas. Hay un auténtico “boom” a partir de los años dos mil. Esta es la parte de divulgación del tema, que a veces ha producido malos entendidos, críticas y reacciones, haciendo que el término inteligencia emocional sea controvertido. Pero todo ello contribuye a justificar que se pueda hablar del movimiento de la inteligencia emocional como Zeitgeist.

Esta Zeitgeist conduce a observar unos cambios importantes en la conceptualización social de las relaciones entre emoción y razón. Las obras de Matthews (1997) y Dalgleish y Power (1999), entre otras, son un indicador de la necesaria complementariedad entre cognición y emoción. Esto supone un cambio importante respecto a la forma tradicional de pensamiento sobre estos conceptos.

Los cambios conceptuales y de mentalidad (Zeitgeist) son tan importantes, que se puede hablar de revolución en el pensamiento social. Hay elementos que inducen a pensar que a partir de en la última mitad de los años noventa se ha iniciado una revolución emocional, que afecta a la psicología, la educación y a la sociedad en general.

Algunas manifestaciones de esta revolución, además de lo que llevamos expuesto, son: 1) el aumento de estudios y publicaciones relacionadas con las emociones en psicología, que ha seguido un aumento exponencial entre 1995 y 2005; 2) la implicación de la neurociencia en el estudio del cerebro emocional, que ha producido más de 25.000 artículos en la década de los noventa y el desarrollo de organismos especializados en el tema, como el Instituto de Investigación sobre Emociones y Salud de la Universidad de Wisconsin, dirigido por Ned Kalin, todo lo cual ha hecho que se hable de la “década del cerebro” (El País, 5-9-1999: 42-44); 3) la enorme difusión que ha tenido la obra de Daniel Goleman, La inteligencia emocional (1995); 4) la aplicación de la inteligencia emocional en las organizaciones a través de cursos y libros; 5) la aplicación de la inteligencia emocional a la educación a través de la educación emocional; 6) la consideración de las emociones positivas desde una perspectiva de salutogénesis, lo cual ha contribuido a la constitución de la psicología positiva en el año 2000; 7) la toma de conciencia por parte de un sector cada vez mayor de educadores de cómo todo esto debe incidir en la práctica educativa; 8) la publicación de números monográficos sobre el tema en revistas especializadas, como por ejemplo el monográfico de Emotion en el 2001, Ansiedad y Estrés, en 2006, Psicothema también en 2006, etc.

Todas estas manifestaciones, junto con otras, sugieren insistentemente que la revolución emocional llegue a la práctica educativa. La sociedad y las personas que viven en un momento dado constituyen un eslabón entre el pasado y el futuro. La evolución impulsa a crear un futuro que haga irreconocible el pasado. La educación puede jugar un papel importante en estos procesos de transformación ideológica. Desde la revolución emocional se trata de imaginar metas orientadas hacia la estructuración futura de la sociedad de tal forma que posibiliten un mundo más inteligente y más feliz. Esto implica a las personas, consideradas individualmente, pero también a la sociedad en general. La confluencia de ambas fuerzas (persona y sociedad) puede constituir una revolución más trascendental para el bienestar y la calidad de vida que las revoluciones industrial, tecnológica o informática. Ésta es una llamada al esfuerzo colectivo, ya que son las personas quienes van a llevarla a término. Este libro puede considerarse como un grano de arena más en esta línea.