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Emociones y Lenguaje

Por Rafael Bisquerra

Probablemente sea en la literatura, en sus diversos géneros, donde haya un mayor volumen de páginas dedicadas a las emociones. El amor en primer lugar, pero también la ira, miedo, angustia, etc., han estado presentes en la literatura desde los tiempos de Esquilo, Sófocles y Eurípides, pasando por Shakespeare, Molière, Goethe y toda la tradición literaria universal hasta nuestros días.

La riqueza del lenguaje se manifiesta particularmente variada al referirse a las emociones. En una investigación en lengua inglesa se seleccionaron 558 palabras referida a estados emocionales. Esto ha sido utilizado inteligentemente por los escritores de ficción, los cuales a lo largo de la historia han ido creando y utilizando palabras que suponen matices sutiles dentro de una misma familia de emociones.

Así, por ejemplo, en la literatura española del siglo XVIII aparece una emoción que no se había etiquetado antes y que dio lugar a la expresión vergüenza ajena; hoy en día, todo el mundo sabe lo que significa. El lenguaje dispone de cientos de palabras relacionadas con las emociones.

Cuando se comparan los términos emocionales utilizados en diversas lenguas se constata la complejidad de los fenómenos emocionales. Las traducciones de términos emocionales siempre son conflictivas y criticables. Así, por ejemplo, la traducción de vergüenza ajena a otras lenguas no está exenta de dificultad. Al traducir del inglés al español se producen algunas dificultades con palabras como “embarrassment”, “hubris”; no siempre quedan claros los matices entre “joy”, “merry”, “happiness”, “cheerful”; es fácil confundir “disgust” con disgusto, cuando en realidad significa asco; “content” significa contento, pero “contempt” significa desprecio. Pero todo esto no es nada en comparación con las traducciones a lenguas distintas de las indoeuropeas. Por ejemplo, si en las lenguas europeas hay como mínimo 500 palabras para describir emociones, en la lengua malaya, que se habla en Indonesia, sólo hay unas 230 (menos de la mitad); pero en la lengua ifaluk, que se habla en un atolón del Oeste del Pacífico, solo hay unas 50. Es decir, hay una gran variedad cultural en el número de palabras sobre emociones que se utilizan en distintos grupos sociales. (…)

De todas las palabras referidas a emociones, casi los dos tercios se refieren a emociones negativas.

Este último dato podría llevar a la conclusión errónea de que la cantidad implica mayor uso. Como hemos señalado, son el amor y el humor las emociones más utilizadas en la literatura, lo cual contrasta con el mayor número de palabras sobre emociones negativas. La enorme variedad de palabras sobre emociones negativas sólo significa que los matices y distinciones entre éstas son mucho más sutiles de lo que puedan ser las distinciones entre las emociones positivas. Estos matices literarios obligan a agrupar las emociones (sobretodo las negativas) en familias de cara a la investigación científica.

La literatura nos enseña que la frustración es la regla en la vida. No siempre es posible lograr los objetivos que nos proponemos. Y una vez logrados es como si perdieran su valor, lo cual nos impulsa a nuevos objetivos, de los cuales probablemente no todos se puedan alcanzar. Esto nos enseña la necesidad de aprender la tolerancia a la frustración.

Un análisis detallado del contenido de las obras literarias deja claro que las emociones juegan un papel primordial en la vida de las personas. De ellas, hay una clara predilección por las emociones positivas. Lo cual contrasta con la escasa atención que se la prestado en psicología y educación. De forma modesta, esta obra se propone contribuir a aminorar este déficit, al poner un énfasis especial en el bienestar emocional.

Es interesante comparar el tratamiento de las emociones en la literatura de ficción respecto de los textos científicos de carácter psicológico. En estos últimos, el énfasis ha estado más en las emociones negativas o disfóricas (ansiedad, depresión, miedo, etc.), mientras en los primeros son las emociones positivas o eufóricas las que predominan. En un análisis de contenido de numerosas novelas, poemas y otros textos literarios se observó que virtualmente las tres cuartas partes de las referencias literarias a las emociones eran placenteras. De éstas, el amor encabeza la lista, estando presente en un 25 % de todas las referencias a experiencias emocionales. Otras emociones positivas que han atraído la atención literaria son: humor (2º lugar), felicidad (4º lugar), confianza (6º lugar). Las únicas emociones negativas que ocupan los primeros lugares de esta clasificación son: miedo (3º lugar) y horror (5º lugar). Por consiguiente, los seis primeros lugares del ranking literario queda así: amor, humor, miedo, felicidad, horror, confianza.

Si consideramos que los literatos se dirigen a los intereses de las personas, que son su potencial audiencia, hemos de concluir que la gente está más interesada en el amor y el humor que no en la tragedia o el drama.

La importancia del amor en la literatura induce a algunas reflexiones. Por una parte recordar que, el amor tal como se entiende en el mundo occidental tiene sus orígenes en el siglo XII, con la poesía de los trovadores provenzales. En principio fue un “amor cortés”, propio de la corte y la aristocracia. Progresivamente se fue extendiendo a otras capas de la sociedad. Pero no es hasta el siglo XIX cuando llega a las masas populares, en el marco de la novela romántica. De ahí la denominación actual de amor romántico. El hecho de que la literatura haya jugado un papel tan importante en la difusión del amor romántico en la sociedad es un acicate para la educación emocional. Es decir, el amor se puede aprender y por tanto todas las demás emociones. Esto nos lleva a la educación emocional.

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